El colapso de las exportaciones forzó la migración y desmoronó oficios en Tabasco
Del mosaico agrícola a la monocultura del plátano: el colapso de las exportaciones no solo redujo cifras, desvaneció identidades y empujó a miles fuera del campo.

#Tabasco
6 de octubre de 2025
La caída sostenida de las exportaciones no petroleras en Tabasco dejó huellas más profundas que la pérdida de mercados: arrancó de raíz modos de vida transmitidos por generaciones. Lo que hasta hace poco era una economía regional diversificada —con limón, piña, papaya, cacao, copra y plátano— se redujo a un esquema en el que el banano quedó como el principal sostén exportador, mientras el resto de las cadenas productivas se desplomaron, obligando a campesinos y obreros rurales a buscar alternativas fuera del campo.
Según datos del INEGI, las exportaciones no petroleras pasaron de 2,390 millones de pesos en 2019 a 1,635 millones en 2021, una contracción que tuvo efectos inmediatos sobre productores y comunidades rurales. Ese retroceso se tradujo en abandono de cultivos, reconversión laboral y un éxodo que ha desarticulado pueblos enteros en la Chontalpa y la Sierra.
Del campo a la movilidad forzada
La papaya maradol, que en los noventa tuvo rutas de exportación regulares hacia Estados Unidos, sufrió un golpe devastador entre 2003 y 2006 por una virosis que diezmó más del 70% de las huertas. Un estudio del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) registró que de 847 productores inscritos en el padrón de Sagarpa, solo 199 permanecieron. El resultado: miles de familias abandonaron el cultivo y optaron por migrar.
En municipios como Cárdenas y Huimanguillo, antiguos papayeros migraron a destinos turísticos como Cancún para emplearse en la hostelería o la construcción; otros partieron hacia Monterrey o Saltillo para trabajar en maquilas, y un número considerable cruzó la frontera hacia Texas y California para desempeñarse como jornaleros agrícolas. Historias repetidas también en Comalcalco y Paraíso, donde la copra fue golpeada por lluvias ácidas y derrames petroleros: productores que durante décadas vivieron del coco se vieron forzados a cambiar de oficio.
Juventud en la informalidad y la puerta abierta al crimen
El derrumbe del aparato exportador dejó a las nuevas generaciones sin oportunidades en el campo. De acuerdo con las cifras compartidas, el 60% de los jóvenes tabasqueños menores de 24 años subsiste en empleos informales; la ENOE indica que la tasa de informalidad en el estado supera el 63% —una de las más altas del sureste—. La precariedad laboral y la falta de alternativas educativas o productivas están empujando a algunos jóvenes hacia actividades ilícitas: líderes comunitarios han reportado reclutamiento de adolescentes para labores de vigilancia o apoyo logístico de células delictivas en zonas rurales.
Maestros y organizadores locales advierten que la ausencia de inversión productiva y de políticas de acompañamiento para la juventud ha convertido la migración y la informalidad en las salidas más frecuentes. “Si voltean al campo, podrían rescatar generaciones”, dice un docente de secundaria en Teapa, que observa cómo quienes antes trabajaban en huertas hoy ven su futuro reducido a empleos temporales o riesgo de cooptación por el crimen.
El plátano: último bastión, pero frágil
El banano se mantuvo como el rubro que aún sostiene volumen de exportación. Autoridades de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural reportan cifras de salida anual que posicionan a Tabasco entre los principales estados exportadores de plátano; según reportes sectoriales, son alrededor de 15 millones de cajas anuales —aproximadamente 300 mil toneladas— en momentos de mayor actividad. No obstante, esa estabilidad es vulnerable: inundaciones y otros choques climáticos han reducido embarques en años recientes, y en 2023 las exportaciones del estado se situaron en torno a 100 mil toneladas, lejos de los promedios históricos.
Esa dependencia creciente en una sola fruta deja al territorio expuesto a fluctuaciones de mercado, plagas, fenómenos climáticos y riesgos logísticos; una debilidad que agrava la falta de resiliencia de las comunidades rurales.
Una pérdida que no es solo económica
Más allá de cifras y toneladas, la crisis exportadora implicó la pérdida del arraigo: pueblos que durante generaciones giraron en torno a la cosecha y el comercio de frutas hoy muestran espacios vacíos, mano de obra desplazada y oficios que desaparecen. La diáspora campesina es, en muchos casos, la crónica de un despojo lento: campos que dejaron de producir para el mundo y comunidades que ahora exportan su fuerza de trabajo.
Recuperar ese tejido productivo exige políticas públicas orientadas a la diversificación agrícola, apoyo técnico a pequeños productores, infraestructura para la comercialización y programas que ofrezcan alternativas reales a la migración y la informalidad juvenil. Mientras tanto, las historias de quienes pasaron “de cortar fruta a servir mesas” son el testimonio de un colapso que no sólo arrasó con mercados, sino con identidades comunitarias.





